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Claridad

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Torrent ofrece una consulta por retirar una amenaza

El presidente del Parlament, Roger Torrent, pronunció el pasado jueves en Madrid una conferencia en la que anunció la renuncia de ERC a declarar unilateralmente la independencia, al tiempo que insistía en la necesidad de alcanzar un “pacto de claridad” para celebrar un referéndum en Cataluña. La posición de Torrent no está al margen de la estrategia de su partido para ampliar la base del independentismo, marcando distancias con Junts per Cataluya y, simultáneamente, incorporando al electorado de los Comunes. De hecho, la idea de la claridad fue adelantada hace algún tiempo por un dirigente de este partido hoy apartado de la política, Xavier Domènech.

Torrent y ERC intentan con esta iniciativa presentar la renuncia a la unilateralidad como una concesión del independentismo que debe ser compensada con un referéndum pactado. El problema es que la unilateralidad no es una baza de la que los independentistas dispongan en el interior del sistema, sino una amenaza que no va únicamente contra el orden constitucional, sino también contra los derechos democráticos de la mayoría de los catalanes que rechazan el programa de la secesión. Pretender una compensación por retirar esa amenaza revela una vez más la manera en la que el independentismo interpreta un mecanismo político como la negociación. Cuando reclama negociar es porque el resultado de lo que busca está decidido de antemano, en este caso un referéndum.

La mención al concepto de claridad, evocando el caso de Quebec, merece una respuesta que vaya más allá de señalar la utilización propagandística que pretende hacer de él el independentismo, reprochando al sistema constitucional de 1978 no dar una respuesta como la de Canadá. La claridad no fue sin embargo la estrategia de los independentistas de Quebec para lograr la secesión, sino el límite constitucional con el que se tropezaron en sus propósitos. La claridad significa, no que Quebec tiene derecho a la independencia, sino que el resto de Canadá tendría la obligación de atender políticamente las demandas secesionistas si los partidos que las promueven cosecharan una mayoría cualificada en repetidas elecciones a lo largo de un plazo de tiempo suficientemente dilatado.

Los independentistas de Quebec nunca lograron reunir las condiciones de la claridad; tampoco los de Cataluña. Pero, a diferencia de sus correligionarios canadienses, estos decidieron actuar por unas vías de hecho propias del autoritarismo, utilizando una mayoría parlamentaria exigua y coyuntural para derogar el orden constitucional y pisotear los derechos de los catalanes contrarios a su programa. Los antecedentes de este proceder no se encuentran, desde luego, en la claridad canadiense y el independentismo de Quebec.

El mensaje del presidente del Parlament no cambia el del independentismo en la superficie, pero sí en la sustancia. Al establecer un falaz equilibrio entre la renuncia al unilateralismo y la claridad Torrent está reconociendo que el independentismo solo confía en crecer regresando al punto en el que comenzó el procés. El problema es que en ese punto no se encuentra la claridad y la independencia con la que sueñan, sino el Estatut y la autonomía que violentaron.

 

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